Acá abajo hace tanto frío e humedad como en la habitación del ático. Recuerdas cuando íbamos y hablábamos de nuestros sueños de cambiar el mundo!... o cuando atravesábamos el puente Darrington y nos comíamos una galleta robada. Era en ese instante cuando mas te amé. Ahora añoro esos días en que me contabas todas las historias que habías leído durante las vacaciones.
Me mirabas de una forma tan extraña, tan enigmática, graciosa, pero yo solo podía pensar que lo que decías eran grandes mentiras, y no te prestaba atención; observaba tu pantalón vaquero entubado viejo y a veces sucio, tu chamarra oscura el sonido de tus palabras.
Me divertía de cuando en cuando con la manía que tenias de mover las manos, como un político que quisiese saludar a todo el pueblo. Ahora ni siquiera me ves a los ojos. Has renunciado a ser tú mismo. Yo siento que te hecho mucho daño; he brindado a tu vida demasiada comodidad, y entonces recuerdo que el silencio nos puede aniquilar. Yo voy enloqueciendo. Tengo los nervios de punta. Siempre me he rechazado. Recuerdo que muchas veces te dije que te dejaría, que eras un pasatiempo, una manera de huir de la soledad, un experimento cruel de mi circo de impaciencias e insatisfacciones. También te dije que la fugacidad era mi meta (...)
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