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A ti, lector@ cómplice obsequio este loco mar de versos para tu bolsillo...

viernes, 13 de mayo de 2011

La divinidad del mal

Lilith - Dante G. Rossetti

"Todo aquel que se atreva a escribir poesía sin estar poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta, tan solo por el hecho de escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos, estará muy lejos de ser un poeta verdadero, porque la poesía de los letrados siempre será eclipsada por aquella que destila locura divina."
 
Platón






Los temas de la poesía moderna a partir de la Poesía de los Malditos atravesará numerosos caminos. Nos llevan a escuchar lo misterioso, cruel y penoso, donde se oyen a un mismo tiempo los gemidos del dolor y los siniestros cascabeles de la locura, impregnados de melancolía y tristeza. Tal vez el más extremo es la malignidad humana, que solo pocos poetas podrán plasmar en la creación poética. Uno de ellos, desconocido en su época, pero siendo fuente de inspiración para los Surrealistas y dadaístas, logro surcar mas allá del tormento y el siniestro color de la podredumbre existente. Ducasse y Maldoror. Dos palabras que aún son tan pocos pronunciadas, como aborrecidas para los pulgones de la hipócrita moral y la religión del burgués. El poeta Isidoro Ducasse, "Conde de Lautréamont", escribió los poemas en prosa, "Cantos de Maldoror", cuyos nombres de Maldoror y Marchenoire, son una condensación de Mal - Dolor y Destino Negro. Nació en Montevideo, el 4 de abril de 1846, y murió en Paris el 24 de noviembre de 1879 a la edad de 24 años.
El Bien y el Mal pueden llegar a considerarse como partes de un todo. Es la vena fundamental de los Cantos. Ya que para Lautremont, el hombre es un ser compuesto por la maldad y un poco de bien; a través de la historias, el poeta se burla de la mascara impuesta por la sociedad, las leyes y la moral. Es una raza que no conoce ni el amor, la bondad y la virtud, pero que se engaña para no sentir desnudo. Después de Sade, y aún más, de Lautréamont, el mal no sólo se convierte en lo único real y verdadero en el hombre, sino que además el bien pasa a ser un disfraz, o más bien, un muro de contención para el mal, para evitar que nosotros retornemos a nuestra verdadera naturaleza.
Para Lautréamont el único camino como poeta es darle la voz a la absoluta verdad humana: por lo tanto tiene que ser el portavoz tanto de los paroxismos internos y de los instintos humanos. Todas las pasiones y debilidades aplastan la existencia del hombre. Por lo tanto el Dios que creo al hombre a su imagen, es un dios que apesta a humano, asesina, traiciona y desea el poder. La raza humana pretende salir en busca de la divinidad, liberarse de sus instintos, sobrepasar el Bien y el Mal, "pero el ardiente pasado animal de nuestras pasiones resucita ante nuestros espantados ojos". Por eso, "le queda al hombre el triste privilegio de totalizar el mal, de inventar el mal".
Lautremont plantea que para que exista un dios, deber ser execrable. Ducasse se sabe era teofóbico, pues sólo existe para atormentar al hombre y es tan crapuloso que le causa vergüenza hasta al mismo demonio: Si el hombre es fruto de semejante dios, ¿cómo puede tender hacia el bien? El que lo haga no es más que un estúpido o un necio. Lo peor es que la mayoría es alguna de estas dos cosas.
Fundamenta una estética del Mal la cual plantea un despojamiento total de cualquier regla – considerado el conjunto de éstas como un disfraz – con el fin de descubrir la verdadera naturaleza humana, que radica en el principio del placer equivalente al principio vital, equivalente a su vez a un principio de ganas de atacar. Para Lautréamont se violentan los símbolos y metamorfosea los actos humanos al otorgar imágenes animalizadas.
  El hombre debe retornar al origen, pero en este caso, el origen no está con la raza de los celtas y los místicos, como pensaba Rimbaud, sino antes, con los primates, los cerdos, la Bestia. Por pretender: 
       "Regresar a mi forma primitiva supuso para mí tan grande dolor que, por las noches, lloro todavía. Mis sábanas están constantemente mojadas, como si las hubieran arrojado al agua, y hago que las cambien cada día. Si no creéis, venid a verme: comprobareis, con vuestra propia experiencia, no ya la verosimilitud sino, también, la misma verdad de mi acierto. Cuántas veces, desde aquella noche pasada al raso, en un acantilado, me he mezclado con las piaras de cerdos para recuperar, como un derecho, mi destruida metamorfosis! Es hora ya de abandonar estos recuerdos gloriosos que no dejan, a continuación, más que la pálida vía láctea de los eternos pesares".

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